Mandarino vivía en la calle y acudía a una casa a comer. Empezó a dejar de comer porque el pobre tenía la boca muy mal, hasta el punto que empezó a adelgazar y
tener un aspecto poco saludable. Entonces una compañera lo vio y se decidió rescatar.
Se fue a casa de otra compañera que no ha dudado en abrirle las puertas de su casa y que pueda vivir felizmente con el resto de sus gatas con las que ha hecho una
verdadera familia gatuna.
Esperamos que el amor de sus hermanas y la dedicación que sabemos le dará su humana consigan hacer que se recupere del todo y tenga una larga vida. Suerte
pequeño.